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sábado, 12 de noviembre de 2011

Filosofía

El Hombre, en su afán por explicar fenómenos que no comprende, descubre perpetuamente preguntas que no puede responder apelando a sus conocimientos. Esto, si bien en un principio parece no hacerle bien al Hombre, es lo que le permite seguir viviendo con dinamismo, ya que se encuentra en la constante e interminable búsqueda de la Verdad. Un Hombre con respuestas es como un océano sin agua, como un cielo sin estrellas. Un Hombre con respuestas no es Hombre. Sin embargo, al afirmar como cierta esta forma de entender al Hombre, me estaría contradiciendo, y justamente es esto lo que me gustaría resaltar. No estamos seguros de nada. Ni siquiera de que no sabemos nada.
Es esta interminable paradoja la que nos empuja constantemente hacia adelante. Cada cual decide como encararla. Cada cual decide si aceptar este hecho o si escaparle. Pero al final, nadie puede afirmar nada con certeza. Alguno podrá pensar, por ejemplo, que el pasado conocido es algo de lo que uno puede hablar con conocimiento, pero siempre podrá surgir alguna idea surrealista imposible de comprobar, la cual nos dejará mudos. Y si bien uno podrá criticar a esa idea, por falta de fundamentos lógicos o descartarla por ser una idea excéntrica o loca, la misma es tan verdadera como todas las demás ideas, ya que ninguna puede ser comprobada ni refutada.
Es tan real la existencia de un caballo como la existencia de un unicornio. Es tan real la existencia de una persona, como la existencia de un superhombre. Es tan real la existencia de Pegaso, como la existencia de Zeus, o tan real la de un mono como la existencia de un Dios. Nada es comprobable.
Por este motivo existe el consenso. Los Hombres, al no conocer nada sobre la realidad, deben ponerse de acuerdo respecto a ella y definir su infinitud incomprensible. En general todos afirmarán la existencia de un caballo, una persona o un mono, ya que son perceptibles por nuestros sentidos naturales. El problema surge cuando uno habla de unicornios, superhombres, Pegasos o dioses. Nadie puede probar fehacientemente la existencia de ninguno de ellos, o tal vez sí, pero al no poder mostrárselo al resto, dichas ideas pierden fuerza, ya que más difícil será llegar a un acuerdo al respecto. Sin embargo, tampoco pueden ser probadas como falsas, por lo que no dejan de ser ciertas.
Aquí es cuando surgen las opiniones y las creencias. A falta de consenso, las personas comienzan a hablar de sus ideas como verdades personales o subjetivas. De esta forma los Hombres creemos estar más cerca de la Verdad y competimos con el prójimo para imponer nuestra opinión o creencia por sobre la suya. Hay quienes dicen no estar compitiendo sino compartiendo o intercambiando opiniones. De todos modos, yo pienso que en el fondo uno siempre está compitiendo, confrontando y luchando. Gracias a esto existen las discusiones y los debates. Y así nace también la filosofía, cómo un cuestionamiento personal, primero, pero una discusión al respecto después. Un filósofo solitario no sería filósofo, ya que sus respuestas serían las únicas, y por lo tanto serían consideradas por él mismo como verdaderas.
En fin, la Filosofía es inherente a cada persona individualmente, pero para que no quede estancada y avance, se necesitan de muchas personas que intercambien constantemente sus conclusiones acerca de los distintos temas que inquietan al Hombre.

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