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jueves, 22 de diciembre de 2011

"Narciso y Goldmundo", Hermann Hesse

Otro buen libro...

"Veía a las mujeres y mozas que iban al mercado; detúvose un buen rato junto a la fuente del mercado del pescado observando cómo los pescaderos y sus robustas esposas exponían a la venta y ponderaban su
mercancía, cómo extraían de sus dornajos y ofrecían a la venta los peces fríos y plateados, y cómo los peces se entregaban a la muerte con las bocas doloridamente entreabiertas y los ojos de oro angustiosamente fijos, o bien se resistían a ella con violencia y desesperación. Según le había sucedido en otras ocasiones, sintió compasión de aquellos animales y un triste disgusto de los hombres; ¿por qué eran tan rudos e insensibles, tan inconcebiblemente necios y estúpidos?, ¿por qué no veían nada, ni los pescaderos y pescaderas ni los compradores  regatones?, ¿por qué no veían aquellas bocas, aquellos ojos espantados ante la muerte y aquellas colas que batían con furia?, ¿por qué no veían aquella lucha terrible, inútil, desesperada, aquella insoportable transformación de los misteriosos animales de maravillosa  belleza,  y cómo, en la piel moribunda, se estremecía el último suave temblor y luego se quedaban muertos, apagados, tendidos, lastimosos trozos de carne para la mesa del complacido comilón? ¡Nada veían aquellos hombres, nada sabían  ni advertían, nada les conmovía! Les era indiferente que un pobre y gracioso animalillo reventara ante sus ojos o que un maestro reflejara en la cara de un santo toda la esperanza, toda la nobleza, todo el sufrimiento y
toda la oscura y ahogadora angustia de la vida humana, hasta el escalofrío; ¡Nada veían, nada les impresionaba! Todos estaban entregados a sus diversiones o quehaceres, se daban importancia, se daban prisa, gritaban, reían y regoldaban, hacían ruido, hacían chistes, ponían el grito en el cielo por dos ochavos, y todos se sentían satisfechos, y en paz consigo mismos y contentos del mundo. ¡Y eran unos cerdos, ah, mil veces peores y repugnantes que cerdos! Es verdad que él había estado a menudo con ellos, se había sentido alegre entre iguales, había andado  tras las faldas, había  comido riendo y sin horror pescado frito. Pero una y otra vez, con frecuencia de repente, como por ensalmo, habían huido de él la alegría y la tranquilidad, una y otra vez se había derretido aquella ilusión grasa y gruesa, aquel engreimiento, aquella arrogancia y perezosa tranquilidad del alma, y ello lo había arrastrado a la soledad y a la meditación, a la peregrinación, a la reflexión sobre el sufrimiento, la muerte, la vanidad de todo quehacer, a clavar la mirada en el abismo."